La historia más triste

La conocí personalmente a finales de febrero de 2020, después de más de 10 años de lectura de sus novelas y seguimiento de sus artículos en El País y apenas unos días antes de que el coronavirus de Wuhan trastocase nuestras vidas.

Suelo dudar cuando me preguntan por mi película, canción o comida favoritas pero si tengo que contestar cuál es el escritor o escritora que más me gusta…no titubeo. Roth me hace pensar, Franzen me divierte, Muñoz Molina me deslumbra, García Márquez me maravilla, Mankell me atrapa…pero Almudena Grandes -qué putada perderla- me conmueve. Y a estas alturas de la película eso es mucho decir.

Lo cierto es que lo viene haciendo desde la primera vez que leí algo suyo. Fue «Los aires difíciles» (Tusquets, 2002) y hoy celebro haberme estrenado en su literatura con esa novela porque en ella se esboza lo más reconocible y genuino de una forma de contar que, con los años y el esfuerzo de su autora, florecería más adelante en otras magníficas obras como «El corazón helado» (2007) o la serie Episodios de una Guerra Interminable. De este modo, como otros tantos miles de lectores hoy huérfanos, fui saboreando el guiso a medida que se cocinaba, enamorándome poco a poco, disfrutando, observando y aprendiendo de un estilo ante el que acabaría completamente rendido. Pronto pasé de lector a devoto. La recomendaba, hablaba de sus novelas a la menor ocasión, me interesaba por su formación, su bibliografía, su trayectoria y hasta su vida personal. Un fan de libro, vaya, nunca mejor dicho.

Desde que allá a finales de 2009 cerré la última página de «Los aires difíciles» con un suspiro que salió de mis tripas, los ojos arrasados de lágrimas y una sonrisa boba en la cara, no he dejado de preguntarme qué tipo de hechizo, poder o talento tenía la escritura de esta mujer que, novela tras novela, desde la solapa del libro, me despedía con una sonrisa burlona y una mirada inteligente con las que me advertía que cualquier resistencia sería inútil porque, lo quisiera yo o no, ella volvería a emocionarme. Y lo hacía. A cada libro. Y yo me preguntaba por qué, cómo, cuál era el secreto para que a mis cuarentaytantos llorase y riese con sus personajes más que con las vivencias reales de la mayoría de las personas que conozco. Ahora, tras su muerte, ya no siento la necesidad de desvelar el misterio. Solo me apetece dejarme llevar.

Pero confieso, con cierto pudor, que hace unos meses lo intenté. Quise saber más. Escuché en una promo de «Iflandia » -el magnífico programa de radio que entonces hacían en Radio Euskadi Felix Linares y Kike Martín de 4 a 5 de la tarde- que mi escritora favorita era la invitada principal ese día. Almudena Grandes estaba en Bilbao promocionando el lanzamiento de «La madre de Frankestein». Ahí se me encendió la vena mitómana y las ganas de ver, oír y tocar a esa mujer que cuando se lo proponía era capaz de cortarme la respiración o encogerme el estómago simplemente (ja!) juntando letras y palabras, de modo que enfilé por el pasillo de casa hacia la estantería de los libros en busca de «Inés y la alegría». Quería tener una excusa ortodoxa para conocerla en persona y qué mejor que presentarme en el estudio de radio para que me firmase el ejemplar. No elegí ese título por casualidad. «Los aires difíciles» me sorprendió y me gustó como quien prueba un buen vino por primera vez pero fue la segunda botella que abrí, la de Inés y sus compañeros en el Val d’ Arán y después en el restaurante de Tolousse la que nunca olvidaré. Está escrita con la naturalidad de quien no tiene nada que perder porque ya lo perdió todo y destila verdad, lealtad, solidaridad y compañerismo de una manera tan auténtica que al acabar la novela uno sabe que la coherencia y el amor de Inés existen fuera del libro, que no son una invención y que tienen un poder sanador que ningún totalitarismo podrá vencer. Y eso reconforta. ¿Comprendes?

Imbuído de ese entusiasmo me fuí derecho a por mi ejemplar de «Inés» para no encontarlo, frustrarme y darme cuenta finalmente de que mi insistencia por recomendar a Almudena Grandes había calado y que el libro lo tenía una de mis hijas en Pamplona. Tampoco apareció por casa «Los aires difíciles» así que eché mano de la historia de Guillermo García Medina, el médico que da nombre a otro de los Episodios de una Guerra Interminable, el cuarto concretamente, ambientado en Madrid y titulado «Los pacientes del doctor García» . Con ese salvoconducto sobre el asiento del copiloto conduje como todos los días hasta mi trabajo, pendiente del reloj y de que el habitual atasco del túnel de Malmasín no me estropease el plan, que básicamente consistía en abordar a Almudena Grandes antes de que entrase a la entrevista radiofónica para luego poderme centrar en el Teleberri de aquel viernes. Rebasado Malmasín con margen de tiempo y sin mayores contratiempos entré en la sede de Eitb poco antes de las 15:30 y busqué la mesa de «Iflandia».

-Kike…quéría pedirte un favor. Mira, soy muy fan de Almudena Grandes y he oído en la promo que la tenéis a las 4…y he traído este libro para que me lo fir…

-Ay, Juancar…La entrevista la hemos grabado esta mañana. Se emite ahora pero es enlatada. Ella no podía a esta hora porque anda de aquí para allá con la promocion y no le encajaba. Si llegamos a saber! Ha estado super agradable y seguro que no le habría importado dedicarte el libro. Ya lo siento, compañero!

Bajón. Bajón gordo. Libro a la bolsa y mitomanías las justas. A currar, chaval; la poesía, otro día. Y en la faena estaba, lidiando con teletipos y entradillas, cuando en el monitor de mi puesto de trabajo la presentadora del programa de la tarde de ETB2 apareció desde los estudios de Miramón en Donostia diciendo que era un placer saludar a una de las mejores escritoras de los últimos años y dio paso a Almudena Grandes

-Anda no me jodas, me escuché decir en voz alta

Tras el sobresalto, apareció en pantalla la susodicha pero no en el plató de Miramón sino en una conexión…desde la sede de Eitb en Bilbao. Levanté la cabeza de inmediato y en lontananza ( son cerca de 100 metros de punta a punta de nuestro monstruo-redacción) atisbé un bulto vestido de verde, coronado por una densa melena negra, sentado en un taburete alto, con un foco delante, en la zona desde la que los programas como En Jake hacen sus directos. Dejé empantanado el Teleberri, rescaté al doctor García de su bolsa y me fuí para allí.

Cuando llegué ya se me habían adelantado otros dos apóstoles. Dos compañeras de ETB que también querían saludarla. Los de la campaña de promoción del libro nos miraron de reojo dejando claro que estaban más que acostumbrados a que no hubiese entrevista sin pelmazos. Tratando de allanar el camino y mientras la escritora respondía a las preguntas que le hacían desde Miramón, le comenté a la chica que parecía ser la jefa de prensa lo de la entrevista grabada de la mañana y cómo yo ya daba por perdida la oportunidad de pedirle un autógrafo a mi autora favorita , y que me hacía mucha ilusión y que estaba deseando leer la nueva novela y todo eso que ella ya habia oído cuarenta veces ese día y el día anterior como quedó patente en el nulo entusiasmo con el que reaccionó a mi verborrea. Daba igual. Yo de allí no me iba a mover. Teleberri hay todos los días.

Cuando por fin acabó la entrevista los tres devotos la saludamos. Yo al menos, torpemente. Era una mujer grande, rotunda, que transmitía la impresión de ser mucho más fuerte que uno mismo. Y no era solo una sensación física aunque sus dedos gruesos, sus hombros cargados y la anchura de su cuello confirmaban que era una mujer poderosa. Tenía una cabeza muy grande y el pelo negro y abundante. Los ojos centelleantes y profundos que me habían mirado desde de las solapas de los libros eran los mismos que yo tenía delante. El fotógrafo de la editorial había hecho un buen trabajo. Y su voz muy ronca era, efectivamente, la que tantas veces había escuchado en la radio.

Nos hicimos la foto de rigor. Está impresa y colocada en mi álbum. Tenía que marcharse a otro acto de promoción y la acompañé escaleras abajo hacia la salida pero aún tuve tiempo de explicarle, ya un poco menos azorado, que sus libros me emocionaban como no lo hacían otros y que unos años antes, leyendo un pasaje de «Inés y la alegría», me había quedado literalmente petrificado al ver condensado en palabras con una exactitud absolutamente milimétrica lo que yo había sentido cuando se disolvió uno de los mejores equipos de informativos con los que yo he trabajado en mis 30 años de profesión.

-De hecho – proseguí- copié tus palabras y se las envié a mis ex compañeros y compañeras explicándoles que muchas veces había querido agradecerles los años de trabajo en equipo y el orgullo que sentía por haber sido parte de aquello pero que nunca había encontrado ni el tono, ni el momento ni las palabras exactas hasta que las ví impresas en tu novela. Así que gracias. Es que es muy grande ese momento en el que te quedas mirando a la página con un nudo en las garganta, cierras los ojos, vuelves a abrirlos y sigues leyendo.

Entonces ella se paró en seco en su camino apresurado hacia la salida, miro directamente a su jefa de prensa y le dijo

-Ves,…es esto. Es tremendo.

Luego me miró, suspiró, me sonrió y se marchó. Eso fue todo. Estoy seguro de que antes de ese día había escuchado lo mismo miles de veces , dicho con otras palabras, tal vez mejor, tal vez peor, en boca de otros lectores pero como parte de la magia de la literatura es que parezca escrita solo para quien la tiene en las manos, me quedo con ese recuerdo. También guardo la dedicatoria que estampó en mi ejemplar de «Los pacientes del Doctor García», que tenía que haber sido «Inés y la alegría» pero que no lo fue, y yo pensé en que tendría otra oportunidad y que la próxima vez que ella viniese a Euskadi a presentar su última entrega de los Episodios, yo me cogería el día libre, haría cola en la biblioteca de turno y le alargaría el libro preguntándole si me recordaba de nuestra anterior conversación en ETB. Todo eso pensé y cuando supe que había muerto recordé que a veces «el amor no sirve para nada» y que la guerra la ganaron otros. O quizás no.

Acerca de JUAN CARLOS ETXEBERRIA

Periodista vasco. Trabajo actualmente en los servicios informativos de Euskal Telebista (ETB) como presentador del informativo Teleberri 2.
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